Muy probablemente fueron los jefes vikingos quienes, en pleno medioevo, dieron pie a la expresión ‘poner los cuernos’. Los más valientes navegantes de Escandinavia tenían derecho de pernada sobre las mujeres de su zona de influencia, estuviesen casadas o no. Y claro, cuando se encontraban en plena faena, avisaban de ello colgando sus característicos gorros con cuernos de la puerta del hogar ocupado.
Otras versiones sitúan el origen de la expresión en España, en el siglo XVI. Comparar a alguien con un carnero era por aquellos entonces algo así como llamarle tonto, por lo que si a una persona le ponían los cuernos era sinónimo de que le estaban tomando el pelo. Peor aún, decir que alguien tenía cuernos era insinuar que estaba castrado, como los bueyes.
También hay quien dice en México que ‘poner los cuernos’ procede de la expresión ‘hacer buey’. Los mejicanos afirman que se ‘hace buey’ a alguien cuando se le está ridiculizando. Mientras que el cabrón, el macho cabrío, es sinónimo de virilidad; las connotaciones del buey son justamente las contrarias.
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